7 nov 2012

El mar de óleo

La clase olía a pintura, y las persianas, bajadas, impedían que entraran los rayos del sol.
-Así es mejor -repetía una y otra vez el viejo profesor Sombra.-En la oscuridad sacaréis toda vuestra creatividad.
A los niños no les gustaba el extraño método que tenía su profesor de explicar. Es más, se dormían con la luz apagada. Pero Luz, que siempre había sido un niño muy creativo, cerraba los ojos, se concentraba en lo que quería ver, y lo pintaba. Él estaba muy a gusto en esa clase de Creación Artística, porque siempre tenía la mente en un estado de relajación y sueño, justo lo que necesitaba para crear lo que se imaginaba.
Luz era un niño muy callado y observador, pendiente de cualquier ruido o de pequeños detalles que le asaltaban. Cuando el profesor Sombra les apagó las luces y todos estuvieron en silencio, Luz apretó los puños, cerró los ojos y se concentró en imaginar. 
Cuando llevaba medio minuto, se dio cuenta de que no podía concentrarse: algo le estaba molestando... Pero no se giró ni abrió los ojos; sólo los apretó aún más. Y empezó a escuchar un glup constante que le ponía nervioso. Se removió en la silla, echándose las manos a la cabeza y sujetándose el flequillo con fuerza. 
Glup. Glup. Glup.
El sonido del agua no paraba de caer al lavabo, y justo entonces, fue cuando en pocos segundos, le vino una idea a la cabeza. Rápidamente, cogió su pincel mágico y empezó a dibujar en el aire un barquito sobre algo azul y espeso parecido al óleo.
Todos lo miraban impacientes para ver lo que iba a hacer:
Un barco sobre un mar de óleo, en el que viajaban todos sus compañeros.
 Una vez más, la creatividad de Luz volvió a sorprender a su profesor, y éste decidió, como recompensa, que todos viajaran de verdad en la pintura que había creado el niño.



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